lunes, 2 de abril de 2018

Día 5 - Reynisdrangur, Skogafoss, Seljalandsfoss

Nos despertamos en Arendelle; todo blanco. Anoche parecía que iba remitiendo pero ha estado nevando durante toda la noche y todo está cubierto. Desayunamos con nuestros amigos orientales; parece que viven aquí.

Con todo preparado, arrancamos, dirección Vik. Queremos llegar a ver las playas negras aunque nos tenemos que las que negras serán blancas porque no ha parado de nevar en ningún momento. Empezamos el camino, poco a poco. Aunque no para de nevar, la carretera está bastante bien así que en algo más de una hora llegamos al mismo supermercado de hace dos días y volvemos a hacer acopio de víveres, especialmente pan y fruta, aunque cae algún extra también.😜😜😜

Seguimos adelante hasta las famosas playas negras y sigue sin parar de nevar. Deben de ser bastante peligrosas puesto que incluso hay carteles que anuncian del peligro de las olas. Y lo cierto es que se puede apreciar claramente que tiene mucho arrastre y resaca. Es increíble estar en una playa de basalto, viendo la nieve arriba y que a su vez esté nevando. Alguna risa ya nos echamos también a cuenta de los turistas a los que alcanzan las olas.😂😂😂 Si es que a veces somos de traca.

Tras una hora paseando por ahí, nos hemos ido a la otra punta de la playa para admirar otra parte de la misma. Según llegamos al aparcamiento y nos estamos bajando, una mujer nos grita que parece una grulla. Casi me da la risa. Eso sí, mi cerebro ha procesado que podía ser sordomuda (efectivamente) y la risa se me ha cortado de golpe. Empezamos con la visita de la zona y parece que poco a poco se está limpiando el cielo porque ya se puede ver el otro lado de la playa y antes no se podía ver, si quiera, el final de la misma. Las vistas nos recuerdan al sudeste asiático, típica estamos de Tailandia o similar, sólo que allí suelen ser de piedra caliza.

De ahí, partimos a Skogafoss, la cascada en la que dormimos ya que queremos subir para verla desde arriba. Y así lo hacemos nada más llegar. 429 escaleras  separan los 60m de caída que tiene la cascada. Despacito pero sin prisa, llegamos arriba y nos volvemos a quedar sorprendidos con la vista (y con la irresponsabilidad de muchos que andan por ahí que con tal de sacar una foto son capaces de arriesgar su vida y la de sus hijos).

A la bajada, nos preparamos una ensalada de patata que da gusto. Y de remate, café. Si es que ya estamos totalmente habituados a la vida de furgoneta.😂😂😂 Eso sí, antes de irnos, parada obligatoria en el baño y ahí que nos encontramos más euskaldunes. Si es que somos pocos, pero nos movemos que da gusto.

Nos vamos en busca de más cascadas. La parada la tenemos a una hora aproximadamente. Llegamos a Seljalandsfoss sobre las 5.

En esta zona hay dos cascadas. Como vemos que de la primera vienen calados, decidimos buscar la segunda. De camino nos encontramos a un par de novios haciéndose un reportaje de fotos. Todos los turistas al rededor y felicitándolos al pasar por delante.

Seguimos adelante y a unos 500m, nos encontramos con la segunda cascada: gljufrabui. Nos apelotonamos y tenemos que esperar nuestro turno puesto que para ver esta cascada hay que subir, río arriba entre piedras unos 8 metros. Tranquilos, a lo sumo, os mojais los pies. Pero no dejéis de ir. Entras por una especie de gruta y te encuentras una cascada encajonada. Impresionante. La vista y el sonido.

Al salir, nos damos cuenta que del simple rocío o agua que levanta la cascada al caer, nos hemos calado. Volvemos a Seljalandsfoss. En esta ocasión, se puede ir por detrás de la cascada.  Impresionante. Es una pasada el ruido que hace. Parece una turbina de avión.

Nos queda una hora de viaje hasta Selfoss. Hemos fichado un camping que según varios blogs está genial así que allí que vamos.

¡Y tan genial que está! Duchas ilimitadas, cocina con 6 fuegos. ¡Un lujo! Así que mientras nos vamos duchando, vamos preparando una sopa y un recuento de champiñones. ¡Esto sí que es lujo! Recoger, lavarnos los dientes y a la cama.

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