A las 8, arrancamos. Cerramos mochilas, desayuno y una hora más tarde bajamos a recepción para que nos lleven al puerto. En teoría, salimos a las 10. Y digo en teoría porque tras estar haciendo cola en el lado izquierdo como debe ser y que a uno de los del barco se le cruce el cable y empiece a organizar las cosas de otra a forma diciéndonos que o seguimos para la plata o somos las últimas, el barco no sale hasta las 11. De verdad que hay que tener una paciencia,...
Pero no de acaba ahí la cosa: se monta en el barco e intenta vendernos los billetes de taxi para Koh phangan. Menos mal que todas tenemos claro que antes que con él, andando. ¡Qué desagradable! Al llegar, a pesar de que nos ha insistido con que no iba a haber taxis para todos, nada más salir contratamos uno al mismo precio y que encima nos deja poner la música que queramos desde su móvil. Con qué poco se nos hace felices, la verdad.
Al llegar, hacemos el check-in y tras ponernos el bañador, nos vamos a comer al restaurante de la playa.
Poco más queda para la tarde de hoy: reposar la comida en la playa y constantes baños en ese mar que parece pis.
Tras una pequeña compra, volvemos a la playa para ver el atardecer. La ducha sienta de lujo y decidimos aprovechar el porche: unas cartas, unas cervezas unas patatas que casi nos arrancan el esófago. Una noche tranquila.
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